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Acerca de la diferencia entre el precio en campo y el precio en tienda

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Con la fruta de verano, se multiplican las alertas sobre la gran diferencia entre el precio en campo y el precio pagado por el consumidor.

Es evidente que hay un desequilibrio de poder en la cadena alimentaria, particularmente dañino en el caso de las frutas y hortalizas frescas, unos productos perecederos de vida comercial muchas veces corta. El Paranoico no se cansará nunca de insistir sobre la importancia de la organización de los productores para construir una cadena alimentaria que, primero, cree valor y luego lo distribuya de una manera equilibrada entre sus actores.

Ahora bien, no toda la diferencia entre el precio percibido por el agricultor y el precio pagado por el consumidor es el resultado del expolio del campo por la distribución.

Incluso para los productos en frescos, muchas veces el producto ofrecido al consumidor no es el producto en campo. Se le han añadido servicios de acondicionamiento, selección y logísticos. Además, se han producido mermas físicas o comerciales. El distribuidor tiene costes fijos, salariales y de sus instalaciones que tiene que repercutir.

Todos estos costes suelen ser costes fijos, como mucho por kilo de producto manipulado y no tienen, por lo tanto, relación con el precio del producto en origen. Si este precio se divide en dos debido a un exceso de oferta, automáticamente el porcentaje de costes fijos del distribuidor se ve multiplicado por dos.

La realidad es que hay una competencia feroz entre las grandes cadenas de distribución, competencia que puede llegar a ser destructiva de valor. Por esto, entre otros, la Comisión presentó el 12 de abril pasado una propuesta de Directiva  relativa a las prácticas comerciales desleales en las relaciones entre empresas en la cadena de suministro alimentario[1].

Es verdad que se suele producir un desfase entre la rapidez de la bajada del precio al productor, inmediata, y la repercusión al consumidor, pero la experiencia de un producto calificado a menudo de “reclamo” como el aceite de oliva demuestra que este desfase se produce tanto cuando el precio al productor sube como si baja, aunque el ritmo de adaptación pueda ser más rápido en el caso de la subida.

Es verdad también que comerciales de la distribución intentan sacar provecho de los nervios en el mercado y del exceso de oferta. Algunas operaciones comerciales solo se explican ante la necesidad de vaciar el almacén ante la necesidad de dar entrada a más producción.

Todo esto me confirma en que la resolución del problema de los bajos precios, del hundimiento de los precios al productor cuando se produce un exceso, que puede ser pequeño, de oferta está en las manos de los productores. Están pagando la falta de organización económica.

La normativa comunitaria ya permite mucho. El reglamento Omnibus ha abierto nuevas posibilidades. La seguridad jurídica de los productores y de sus organizaciones ha aumentado mucho con dicho reglamento y con la reciente sentencia de la corte de Justicia Europea conocida como el “Caso Endivias”. De ambos temas, ya hemos hablado en este blog y tendremos que seguir hablando en un futuro, me temo.

Insistimos de nuevo, parafraseando una de las más famosas frases del Manifiesto Comunista de Carlos Marx, el futuro de los productores está en sus propias manos.

[1] https://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/HTML/?uri=CELEX:52018PC0173&from=EN

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