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El prejuicio del consumidor, detrás del desperdicio hortofrutícola

Las imperfecciones estéticas en frutas y verduras contribuyen a aumentar los desperdicio de alimentos, a pesar de que en la mayoría de los casos, la calidad interna no se ve afectada.

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desperdicio

Las imperfecciones naturales de las frutas y verduras, debido a la desinformación y el prejuicio de la población, son sometidas a un juicio estético que repercute en el desperdicio y la pérdida de alimentos a nivel mundial, causando brutales daños medioambientales.

Así lo señala el representante en México de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Crispim Moreira, quien insiste en que la calidad del alimento no cambia, pero la sensibilización de la gente tampoco. Entre tanto, los datos hablan: 715 millones de toneladas de frutas y verduras se desperdician anualmente en el mundo.

En la naturaleza no existe la perfección, por lo que no es raro que las zanahorias puedan crecer desfiguradas, una patata pueda no ser redonda o presentar manchas, y los plátanos tiendan a madurar deprisa y ennegrecerse.

Todos ellos son hechos que inciden en «el criterio del consumidor» y, más veces de las deseadas, despiertan rechazo a sus ojos.

Ante esto, el psicólogo Ricardo Trujillo explica que los humanos son seres estéticos. «Cuando un animal se acerca a la comida, este no emite un juicio estético, solo distingue si es comestible o no comestible», asegura.

Por el contrario, el humano, al haberse «desnaturalizado de la naturaleza», emite un juicio estético y absolutamente subjetivo en todas su acciones, entre las cuales entra también la alimentación.

Para que algo sea seleccionado debe tener una concordancia estética con el juicio interior al que se somete. Cuando no concuerda con estas exigencias, provoca disgusto o asco.

«Lo más importante que debe entender la gente es que la calidad del alimento no cambia. Feo, descolorido, deformado, grande, pequeño; la calidad nutricional es la misma», insiste por su parte Moreira.

Para cambiar esto, se necesita «sensibilización y educación alimentaria», una labor en la que deben contribuir tanto sociedad civil como instituciones gubernamentales, sin olvidar a los productores de alimentos.

Y es que los mercados cada vez demandan productos más homogéneos y estéticos, algo que, aunado a la creciente competencia en zonas urbanas, motiva a los minoristas a ofrecer y seleccionar alimentos con mejor aspecto para seducir al consumidor.

Si no se toman medidas, según Moreira, «el ciudadano nunca va a saber que no consumir una zanahoria o un plátano deformado constituye un problema de salud pública, ambiental y económico».

A nivel mundial se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos anualmente, pérdidas que representan una área de cultivo equivalente a la basta superficie de Canadá e India juntas.

«La huella de carbono global derivada de las pérdidas está en torno a 3.300 millones de toneladas de dióxido de carbono», agrega Moreira, y asegura que la cifra dobla las emisiones del sistema de transporte de todo Estados Unidos.

Cabe decir que la mayor huella de carbono dentro de los alimentos desaprovechados se crea en la fase de consumo.

El agua tampoco escapa a los estragos del desperdicio de alimentos. Según datos de la FAO, producir un tomate cuesta 13 litros de agua; una patata, 25, y una manzana, 70.

Sin embargo, si nos vamos a alimentos más lujosos como el vino las cifras se elevan, necesitándose 120 litros de agua para producir una sola copa.

La carne se lleva la peor parte, requiriendo la desorbitada cantidad de 15.000 litros de agua para producir un kilogramo.

Por su parte la coordinadora de la iniciativa de la FAO para la Reducción de Pérdidas de Alimentos en México, Daniela Ruehl, cuenta a Efe que se ha detectado un cambio de hábitos en las familias que desemboca en más desperdicio.

«Las familias ya no tienen la tienda cerca, sino que hacen la compra dos veces al mes y para un tiempo largo; entonces ya no compran el tomate más maduro, sino que compran el que tiene más vida de anaquel, por lo que esos tomates más maduros se quedan en el supermercado y se desperdician», explica.

La FAO estima que los alimentos desperdiciados en América Latina serían suficientes para satisfacer las necesidades alimentarias de 300 millones de personas.

Moreira concluye asegurando que, si el consumidor obtiene este tipo de información, a la fuerza tiene que ser consciente, aunque no sea el único responsable, ya que las pérdidas de alimentos se presentan en todas las etapas de la producción, desde su cultivo hasta que llega a manos del consumidor.

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