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¿Quién podrá defender que una tecnología que cura una enfermedad no pueda aplicarse a un tomate?: YO

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El País Semanal (EPS) de este domingo 13 de noviembre publicaba un artículo sobre los organismos genéticamente modificados, “¿Pueden los transgénicos salvar el planeta?”[1]. Con respecto al anterior artículo que publicó este mismo diario hace unos meses, una doble página que parecía escrita por una pluma a sueldo de la industria transgénica (como expliqué en una carta al lector que me publicaron), este artículo es más serio. Faltan temas por tratar como la dependencia de los agricultores unas (cada vez más) pocas compañías de semillas, el impacto sobre la biodiversidad o la resiliencia del sector agrario, pero al menos se recogen distintas opiniones.

No es propósito mío el discutir el conjunto del artículo, pero este termina con una pregunta que he recogido en el título de esta entradilla: ¿Quién podrá defender que una tecnología que cura una enfermedad no pueda aplicarse a un tomate? Ya conocen mi respuesta y me gustaría explicarla.

Yo no soy genetista. Este es uno de mis numerosos dominios de incompetencia. Pero algo he aprendido a lo largo de mi carrera profesional sobre los mercados agrarios en general, y el de las frutas y hortalizas en particular. Una gran parte de la estrategia que el sector ha montado para fomentar el consumo de estos productos está basada en el impacto positivo para la salud de un consumo regular, digamos 5 (o más precisamente 3 hortalizas y 2 frutas) al día. Vendemos sabor autentico, placer natural y salud en armonía con la naturaleza.

Todo lo que sea poner en cuestión esta trilogía sabor – placer – salud debe ser evitado a toda costa. Por esto en los años en que fui responsable europeo del sector de las frutas y hortalizas, tuve una actitud beligerante en contra de la autorización de productos genéticamente modificados en nuestro sector. Como recuerda Jordí Pérez Colomé, el autor del artículo que comento, “el primer transgénico comercializado de la historia fue justamente un tomate cuya maduración se quería alargar. Se vendió en 1994 en los Estados Unidos y fue un fracaso”. En todo caso, la administración europea de la época hizo pasar un mensaje clarísimo a la industria sobre el tema: esto, en Europa no. Luego resultó que en los estados Unidos tampoco, pero esta es otra historia.

No creo que haya una sola forma de curar una enfermedad. No creo que una tecnología aparentemente tan positiva se pueda aplicar únicamente a los tomates. No creo que el consumo de tomates como medicamento para curar una enfermedad se transforme en un factor estructural que cambie la estructura del mercado mundial del tomate.

Sí que creo que un tomate transgénico, que algunos podrían calificar de tomate “Frankenstein”, puede tener un efecto destructivo en nuestro mercado.

Por cierto, esto lo escribe un científico social del Consejo superior de Investigaciones Agrarias. No todos los que somos reticentes (que no opuestos) ante ciertas nuevas tecnologías son iletrados científicos.

[1] http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/transgenicos/

1 Comentario

  1. Me parece un artículo muy desafortunado, escrito más con la pasión que con la cabeza, y en la misma línea «altura científica» que los que se oponen a las vacunas.

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