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Nubarrones en el horizonte

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Siempre me ha hecho mucha gracia ver como nuestros políticos se apuntan siempre todo el mérito de las mejoras de la economía cuando están en el gobierno y acusan al gobierno de cualquier contratiempo cuando están en la oposición.

Los gobiernos desempeñan un papel indudable, por ejemplo con la reglamentación laboral y la flexibilidad de contratos, pero lo cierto es que el viento de cola existe, y el de frente también.

Me parece evidente que vamos hacia un nuevo periodo de turbulencias que van a afectar al conjunto de la economía y de los españoles, pero también en particular al sector hortofrutícola.

Globalmente, las tensiones entre la administración Trump (o quizás el propio Trump sin su administración pero con Twitter) y China, Turquía  y la Unión Europea son inquietantes. La ofensiva comercial de los estados Unidos, con el arancel a las aceitunas negras española como buena muestra, puede ser un arma de destrucción masiva del orden económico internacional. Corremos el riesgo de volver al mundo del más fuerte, una especie de Oeste, pero no tan lejano, y sin sheriffs.

La devaluación de la lira turca no solo multiplica la competitividad de las exportaciones turcas, entre las que destacan las frutas y hortalizas, y el turismo, sino que acelera la crisis de otras economías emergentes entre las que destacan Argentina y Brasil, dos de los gigantes latino-americanos. También Argentina es un gran exportador de frutas y Brasil incide directamente sobre los mercados de carne.

En Europa, el Banco Central Europeo ya ha anunciado el principio del fin del dinero barato y abundante, aunque la coyuntura actual quizás le obligue a modificar su calendario. Y además, está la espada de Damocles del Brexit.

Ya lo ha dicho FEPEX. El Reino Unido es el tercer mercado de exportación para nuestro sector. En el 2017, se exportaron frutas y hortalizas por valor de 1.711 millones de euros en 2017, el 13% del total. Y prosigue: “La incertidumbre creada por el BREXIT y la devaluación de la libra esterlina han provocado que la exportación española de frutas y hortalizas a Reino Unido descendiera en 2017 un 4% en volumen y un 3% en valor con relación a 2016, tendencia negativa que ha continuado en el primer semestre de 2018 en el que la exportación española descendió en volumen un 2% con relación al mismo periodo de 2017”.

Cuanto más días pasen, cuanto más nos acercamos a la fecha fatídica del 29 de marzo del 2019, más visibles serán las dificultades difícilmente superables con las que se enfrenta el proceso, iba a escribir el “proces”. El estudio de Horacio Gonzales Alemán publicado por Cajamar el año pasado es un buen resumen de la situación y tiene la amabilidad de tenernos actualizados en su blog[1]. Hay motivos para preocuparse, entre los que destaca el futuro de la frontera entre las dos Irlandas. Lo que está en juego es el mercado único europeo o el mercado único británico.

De todo esto, de estas tendencias de fondo, no tiene la culpa ni el gobierno de Rajoy ni el gobierno cuatromesino de Pedro Sánchez. Pero los gobernantes tienen obligaciones, la primera de contar la verdad a los ciudadanos o la segunda de actuar para hacer frente al temporal.

Europa tampoco está brillante. No parece capaz de hacer frente al reto de la emigración aunque tiene buena voluntad en lo referente al cambio climático. Cuando digo “Europa”, no digo “Bruselas” o “la Comisión”. Son los Estados miembros y sus gobiernos que son incapaces de construir una visión compartida y de futuro. El nacionalismo y el rechazo al extranjero (ayer fue del judío) sube entre las poblaciones más desfavorecidas ante la incapacidad de las élites democráticas para ofrecer soluciones.

Necesitamos una Europa fuerte y presente. España como país mediano, el sector hortofrutícola como sector exportador, necesita de una Europa capaz de abrir mercados, tomar medidas valientes cuando haya riesgos veterinarios y fitosanitarios, capacitada para luchar por el mantenimiento de un orden económico y comercial internacional basada en las reglas y las leyes.

Todo esto tiene consecuencias directas para el sector. Algunas de ellas las hemos apuntado ya. Otras nos obligan a profundizar en la vía ya iniciada de la búsqueda de nuevos mercados para diversificar los destinos; la agricultura ecológica o  sin residuos; el respeto al medio ambiente y a las reglamentaciones laborales; la organización comercial y representativa…

Y, a nivel de la empresa y la explotación,  mayor prudencia antes de comprometerse a grandes inversiones, más aún si es con préstamos bancarios. A disminuir costes fijos para bajar el umbral de rentabilidad.

Vienen olas, y olas fuertes. Los que tengan mayor resiliencia serán los que mejor sobrevivirán.

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